domingo, 6 de diciembre de 2009

Raquel escribe

¿Qué falló en la relación? Fui encontrando las respuestas después de la partida de Raquel. ¿Por qué fui tan estúpido al no darme cuenta de los mensajes que me iba dejando? Y yo –típico hombre– no tomaba interés a sus comportamientos, a sus desganas a la hora de hacer el amor, a pasar por alto sus desplantes para comer juntos, la disminución de sus mensajes: ‘espérame desnudo, tengo ganas de estar contigo, gordito recuerda que te amo’ y su poco interés por salir juntos a alguna fiesta que nuestros amigos nos invitaban.

Señales que nosotros los hombres cuando empezamos la relación somos los primeros en detectarlos, y somos detallistas en todo: la abrazas en la calle –o le tomas de la mano– levantas tu plato de la mesa, lavas los trastes, te levantas todos los fines de semana a limpiar el departamento para que le demuestres que contigo no se equivocó, que eres el hombre perfecto para ella, pero cuando la tienes segura, te olvidas de ser minucioso.

No te das cuenta que desapareció toda la tarde para cortarse el cabello –o pintárselo– para ti y luego ni siquiera lo notas y si te das cuenta no le comentas lo bien que le queda. Olvidas la fecha de aniversario y demás cosas que no necesito seguir redactando para saber que la regué.

Lo acepto cometí parte o en su mayoría estos errores. Olvidé que el amor no es sólo sembrarlo y dejar que la naturaleza se encargara de su crecimiento.

Hombres y mujeres acostumbramos a echar la culpa al trabajo, al estrés y toda una gama de etcéteras y que sólo reaccionamos cuando esa persona ya esta lejos sin el boleto de regreso.

Ahora no culpo a Raquel, tampoco me culpo, tengo suficientes problemas como para cargar con el más pesado –el saber que se fue por mis errores– nada de ello.

Raquel se fue y punto, ya superé su partida y han pasado cinco meses que no sé nada de ella.

Para no tener que soportar los ojos de compasión de conocidos opté por hacer nuevas amistades y Orlando tiene mucho que ver en esta nueva vida. Sus trabajos independientes como diseñados grafico me llevó a conocer a un grupo que se hace llamar “Letra y Música” donde conocí a poetas, pintores, actores, escritores y cantantes, quienes se reúnen el último sábado de cada mes en un restaurante donde una vez llegué acompañando a Orlando. De inmediato empezamos por las presentaciones, con hombres y tomándonos más de tiempo en las mujeres que por cierto no estaban nada mal. Mi celular se llenó de nuevos números telefónicos y mi departamento terminó siendo el punto de reunión de algunos amigos(as) para los otros fines de semana.

Que un cumpleaños por aquí, que es la quema de otro por allá. ¿Que qué celebramos? Después de la tercera chela lo sabremos, decía Orlando con tal de verme fuera del departamento.

Era el nuevo del grupo y por ahí había una que otra chava que me movía el tapete, pero midiendo carnal, repetía en mi mente.

Pero ahí estaba yo conversando con Ana Maria, la amiga del guitarrista, con Luciana, la cantante de un grupo de rock que hablaba toda fresa, recordando una y otra vez que su novio no la apoyaba, que prefería quedarse en casa y bla, bla, bla. Y no estuvo tranquila hasta que su propia amiga le dijo, si tanto jodes llámalo y mándale a chingar y tirate a alguno de estos cabrones, y si no harás nada entonces cierra el pico y sigue tomando.

‘Después de 1,460 días de vivir contigo me cansé de esperar que el travieso de Fabricio de quien me enamoré volviera y todo fuera como antes. Que me tomaras en cuenta y evitaras al menos por un día llegar sin ese maletín de cuentas y la laptop para finalizar el trabajo en el escritorio de la sala.

Cansada de estar siempre ahí para ti, que pensaras que porque vivíamos juntos era suficiente para estar feliz a tu lado. Olvidaste nuestro aniversario hace una semana y Alexander me hace reír a mares, es buena honda y disfruto almorzar con él porque me recuerda a ese Fabricio que me robó el corazón hace cuatro años y un jueves a primera no me importó las consecuencias que podía pasar al decirte que me iba del departamento.

No fue fácil tomar la decisión, pero no había otra salida. Me cansé de vivir con un fantasma, de darme cuenta que la relación no era solo sexo, que el bote para llegar a la orilla necesitaba de dos personas remando en la misma dirección y no cada uno por su lado. Necesitaba sentirse viva y no estar siempre con el salvavidas para ayudar a un imbécil, que se había olvidado que su novia también lo necesitaba.

Poco me importa lo que piensen nuestros amigos, lo único que quiero es recuperar mi libertad y Alexander es mi boleto, mi empujoncito para salir del departamento que era como mío, porque fui yo quién eligió los colores –el Amarillo en la sala para generar mayor luminosidad y el naranja para la cocina. Nuestras fotos enmarcadas junto al de tus padres y los míos, los muebles fueron mi elección. Te amaba Fabricio no sabes cuánto, pero seguir a tu lado me estaba matando’.

Te deseo lo mejor para ti.

Cuídate mucho.

Raquel.

Encontré esta carta por casualidad cuando revisaba el dato en un libro de García Márquez. ¿Qué puedo decir? ¿Cuál es mi defensa? No la tengo, simplemente fortalece lo escrito por mí líneas atrás.

Hallar la carta me desconcertó, anduve pensativo por varios días y de ello se dio cuenta Amanda, una amiga declamadora que conocí en Letra y Música. Ella llegó una noche traída por el amigo de un amigo y se robó el show con dos poemas de amor. El sentimiento, su manera de desplazarse en el escenario, su manejo vocal, y sus gestos actorales nos asombraron. Todos quería felicitarla en persona, ofrecerles su amistad mientras yo me mantenía alejado –sentado en la barra– con una cerveza en la mano.

Cuando la reunión finalizó y estaba por subir a mi auto apareció ella. “ ¿Eres gay? Me preguntó. Todos tus amigos se acercaron a felicitarme y tú fuiste el único ‘ojete’ que no lo hizo. El viento nocturno meneaba sus cabellos chinos dificultándome ver su rostro. Tú mejor que nadie sabes que lo hiciste bien, le dije con una media sonrisa. No necesitabas otro barbero.

Eres un mamón. Y algo me dice que actúas así porque una vieja te apuñaló sin piedad en el corazón. Encontró respuesta en mi silencio. ¿Me puedes llevar a mi casa? Así me cuentas cómo sucedieron las cosas, me dijo sin darme alternativa para decirle que no.

A partir de la tercera semana a veces se quedaba a dormir conmigo con esa manía suya de dejar siempre algunas prendas en el cuarto que terminaba lavándolas.

Pero las palabras de la carta que guardaba siempre en mi billetera aparecían en mi mente. Y así como Raquel tuvo los huevos para irse los tuvo para regresar al departamento una mañana sin saber yo qué hacer o decir.