domingo, 29 de noviembre de 2009

DEVUELVEME A MI CHICA

Raquel se fue sin decir adiós, cuatro años de relación – un departamento, fecha de matrimonio confirmado y sueños por cumplir – no fueran suficientes para que una mañana se levantara de esa cama que la compartimos por 1,460 días y me soltara la noticia sin remordimiento. ¡Me voy! ¡Y no me pongas esa cara de mamón! ¡Así como lo escuchas, me voy! Tenía todo listo, buscó una maleta ligera debajo de la cama, no se lavó la cara o cepilló los dientes, simplemente se fue sin cerrar la puerta del cuarto y sin esquivar las cosas que encontró a su paso por la sala.

¿Qué diablos hice para que tomara esa decisión? Sigo intentando encontrar respuesta a esa pregunta, pero lo cierto es que ella no regresará. Se fue para nunca más volver. ¿a dónde, y con quién? No fue difícil enterarme el lugar y quien iba con ella. Raquel me dejó para irse con ese amigo que alguna vez me presentó como un excelente hombre de negocios y con quien lidiaba en su centro de trabajo.

¿Qué es lo que más duele? Quizás todo, desde su partida, su ausencia en la cama, su silueta en ropas menores mientras se preparaba un café, y ese aroma que a pesar de los días se mantiene presente como si ella aun siguiera en el sofá sonriendo por alguna escena cómica de las películas comedia-románticas que veíamos por las noches.

Duele tener que levantarse sin ese beso de buenos días, sin ese abrazo de buena suerte en el trabajo. De tener que preparar la comida no para dos, al igual que reducir el agua para el café. Raquel no está ni estará más en el departamento y yo sigo con una depresión del carajo, pensando, creyendo que ella volverá sin importar las veces que ese cabrón la poseyó. ¿Dónde ajos esta mi machismo, dónde diablos se fue mi orgullo, dónde erda se fue mi autoestima? Los busco y no los encuentro.

Los amigos cercanos llegan a levantarme los ánimos, pero el que justamente no se quiere levantar soy yo. ‘Órale carnal vamos a echarnos unas cheves, olvida esa mierda’. Pero nada ni nadie me saca del departamento, último santuario del recuerdo de aquella mujer que alguna vez le pedí matrimonio cuando escuchábamos en vivo “Moscas en la casa” de Shakira en zona vip. Me abrazó, lloró a mares, mostró el anillo a cuanto amigo y amiga se nos cruzaron. Pero eso ahora ya no importa ahora.

Ella se fue, un mamón se la llevó y yo sigo esperando que me la devuelva. Sigo llorando su partida como María Magdalena y lo peor de todo es que no soy capaz de deshacerme de sus cosas, sus cuadros, su ropa, sus fotos. Ellas siguen allí haciéndome compañía, destruyéndome poco a poco y yo sin saber si podré tener el valor de mandar todo al diablo y empezar una nueva vida. Salir de ese departamento, refugiarme en la habitación de algún amigo.

Orlando –mi mejor amigo– llega puntual, tengo lo necesario en un mochila. Me empuja a su auto, no quiere que a última hora me desanime y vuelva a meterme en esa cámara de gas que estaba destrozando mi cuerpo por dentro.

A los tres días estaba de regreso, no podía dormir en cama ajena y necesitaba sentir su espacio del lado de la cama. A intentar igualar ese sabor del café tal como lo preparaba Raquel, a ocupar su lugar en el sofá disfrutando la película The Proposal, tratando de reír en eco, pero nada funcionaba. La sala se sentía vacía, ni el televisor pantalla plana con el teatro en casa, me sumergían en la trama.

Bajé veintitrés libras en menos de tres semanas y el peso sigue su descenso.

¿Cuánto duele perder a ese ser amado? ¿Y cuánto una persona está dispuesta a soportar semejante dolor volviéndose masoquista al pensar que ella volverá?

El proceso de superación toma su tiempo, te vas acostumbrando a esa amiga inseparable –la soledad–, empiezas por cambiar los muebles de la sala, la posición de los cuadros, quitas todas las fotos donde estabas con esa persona –abrazados, besándote, de la mano– y todas esas cursilerías que haces porque estabas enamorado.

La mesa deja de ser pequeña, se convierte en la mesa redonda del rey Arturo. Se te hace más fácil botar la basura, y el desorden dentro de tu departamento se vuelve el jefe vitalicio. Pero de repente te levantas una mañana –con el sol entrando por la ventana– es un día maravilloso, hasta sientes esa ridiculez entrar por tus poros y dices: ¡Que se vaya a chingar a su p… madre! ¡A la mierda todo! Sigues vivo, no te hundió como pensaba. Hoy empieza una nueva vida para ti.

Los libros de autoayuda que te devoraste, las horas que intentabas estar ocupado –para no pensar en esa persona– los consejos de los amigos y amigas surtieron efecto y por fin esa imagen que te martillaba el corazón respaldada por un ejercito de recuerdos ahora es apenas mínimo.

Tomo el desayuno en el restaurante que está cerca de los apartamentos. Conozco a algunos meseros que según veo me miran sorprendidos por estar solo, y como en este mundo es pequeño el otro le codea como diciéndole “no actúes como sino lo supieras, sabemos que al wey lo abandonó su vieja, ayudémosle a superar su decepción –así somos los hombres ayudándonos si estamos jodidos o cubriéndonos las espaldas cuando andas con la otra.

Un café, tres tostadas con queso ligh, otras dos tostadas para acabar los huevos estrellados. El local está lleno, ocupado en su mayoría por americanos, saludo a algunos que también conocían a Raquel y al verme sin ella después de tiempo, el resto de la historia ya lo saben, pero estoy decidido a enfrentar al mundo e iniciar una vida de soltero.

Llego al departamento, y me doy cuenta que es sábado, lo despistado nunca se me quitará. Tres llamadas perdidas en el celular me anuncian la insistencia de Orlando. Ya viene en camino.

A Orlando lo conocí en una reunión por casualidad por la amiga de la amiga de Raquel y sin querer congeniamos desde esa noche. Trabaja en una empresa de diseño gráfico y siempre anda metido en el photoshop, flash y demás programas de su carrera. Es menor que yo, pero siempre fiel a la causa, de apoyar a ese amigo caído.

- !Hey wey creo que me equivoqué de departamento! – suelta el comentario cuando encuentra el apartamento limpio y con unas cajas y maletas en un rincón de la cocina -. ¡No mames lo hiciste cabrón! – es el más emocionado. Me abraza efusivamente -. Y yo que estaba preocupado cuando no contestaste el teléfono, pensé que te habías suicidado – sonríe feliz, y esa emoción lo veo en sus ojos. La primera vez que me doy cuenta y observo en ellos la sinceridad de un amigo, de aquellos que existen pocos y que encontrarlos en este país es muy difícil.

- ¡Wey esto merece celebrarlo!

Acepto la oferta y esa noche iniciamos el tour en la West village y la finalizamos en un antro llamado ‘Pandoras’ contemplando las viejas encueradas, mientras que en mi mente se esfumaba esas ganas de pedir que me devuelvan a esa chica que me la robaron meses atrás.