jueves, 17 de diciembre de 2009

Reencuentro entre Raquel y Fabricio

Raquel apareció un sábado por la mañana en la puerta, con el cabello despeinado y la ropa descuidada como si hubiera tenido una noche larga. Me fue fácil compararla como el día que se despidió de mi lado, y cargaba la misma bolsa cuando se marchó.

- ¿Puedo quedarme unos días hasta encontrar dónde vivir? – preguntó. Sus ojos estaban rojos, bien por haber pasado una mala noche o eran las secuelas de un llanto madrugador -. Si bien recuerdo el departamento lo sacamos ambos – se adelantó al ver que no retiraba el brazo de la puerta que impedía su ingreso.

¿Cuántas noches practiqué el sermón que le diría si es que la volvía a ver? Incontables. Decirle lo basura que fue al dejarme por un imbécil qué de seguro ahora lo había votado en alguna salida del freeway. Pero luego de leer su carta no tenía el valor para decirle alguna grosería o frase de despecho. Sólo le dije.

- El contrato se vence en un mes.

- Tiempo suficiente como para organizar mi vida y alquilar un estudio hasta mejorar mi situación económica – sin decir más levantó mi brazo e ingresó.

- ¡Puta madre, cómo chingaos fuiste tan pendejo de dejarla entrar después de lo que te hizo! – Orlando no hablaba, gritaba, por la estupidez que acababa de hacer.

- Será un mes – traté de minimizar el problema.

- ¡Wey, un mes que te hará la vida imposible¡ Treinta días que vivirás con ella. Wey, te conozco, terminarás perdonándola – suavizó las últimas palabras observándome a los ojos.

Quise recriminarle su falta de confianza en mí, pero no podía negarlo: verla de regreso fue como si también hubiera traído parte de mi alma. En conclusión estaba jodido hasta mis gemelos.

- ¿Y qué le dirás a Amanda? – Orlando me trajo a la realidad. Había congeniado muy bien con ella. Sus ojos negros –sin ayuda de los lentes de contacto– su estatura media, sus cabellos ensortijados -que siempre los tenia amarrados y su manera de pensar me había engatusado. Con Amanda no había tema que se excluyera en la conversación. Disfrutaba estar con ella en mi actual medio-departamento. Orlando tenia razón. ¿Cómo diablos iba a solucionar este problema?

¿Por qué esa persona regresa al departamento del cual una vez se fue? ¿No es suficiente el daño que te hizo qué necesita regresar para terminar el trabajo que no finalizó con su partida? Y lo peor es que el muy pendejo –ósea yo– todo el tiempo había creído que la herida estaba curada-cicatrizada y no era así.

Regresé al departamento luego de conversar con Orlando en un pub. La sala continuaba igual, algunas botellas de cerveza de la noche anterior cuando llegaron algunos amigos que estaban ensayando unos temas para tocar en “Letra y Música” y terminamos con las ocho cervezas que habían en la refrigeradora.

Pero recordé que en el cuarto se hallaban algunas prendas –blusa-brasier-ropa interior– y el bolso de Amanda que se había olvidado por la mañana antes de regresar a la casa de sus padres.

Encontré a Raquel descansando y sosteniendo con su mano derecha la blusa y la ropa interior que encontró junto al bolso.

¿Cómo iba a manejar esto? No lo sabía. Amanda no era estúpida como para tragarse el cuento de que Raquel era una amiga. No la conocía, pero estaba al tanto de todo porque yo mismo le conté la historia la primera noche cuando se suponía que la llevaría a casa y terminamos en la mía con una botella de tequila, pero sin contacto sexual.

Llamé a Orlando para que viniera por mí. Prefería pasar el mes en su departamento que perder a Amanda. Metí algunas prendas al maletín que uso para ir al gimnasio. Al tener todo listo –ropa-zapatos-laptop-ipop- ingresé a ducharme.

¿Hasta que punto seguía siendo un pendejo? Llamé a Orlando para que viniera por mí, no quería usar mi auto. Pensaba dejar las llaves por si Raquel necesitaba movilizarse porque no vi su carro en la cochera.

Cuando salí de la ducha Raquel estaba despierta esperándome a un metro de distancia con ambas prendas en las manos como pidiendo una explicación de lo que había pasado en su ausencia.

- ¿Quieres que te lo cuente con lujo de detalles o sólo lo necesario? – sus ojos echaron chispas de odio, me tiró las prendas en la cara y me empujó bruscamente para ingresar al baño.

Recogí las ropas de Amanda y las metí en su bolso. Tomé mi maletín y no había más qué hacer en el departamento. Cuando estaba por abrir la puerta Raquel daría la primera estocada, quizás la más fuerte.

- ¿Por qué no me detuviste cuando te dije que me iba? Te esperé en la cochera por más de media hora y tú nunca saliste, simplemente me dejaste ir sin luchar, sin pedir una explicación.

Escuché sus palabras sin voltear. No quería verla a los ojos, ellos me sepultarían de por vida.

- Estoy segura que en todos estos meses siempre fui yo la culpable de todo. Raquel fue la desgraciada, la puta que se aprovechó del pobre Fabricio. Y la realidad es otra, no sabes cuánto sufrí tomar ésta decisión. No sabes cómo me costó asimilar el aroma y la respiración de un hombre que no seas tú, pero eso qué importaba. El maldito cabrón que me pidió matrimonio no fue capaz de detenerme.

- Tú me pediste que no te detuviera – le dije dejando caer al piso de madera el maletín y la bolsa de Amanda para luego voltear a ver a Raquel.

- ¿Y no se te ocurrió por un segundo que era mi último aviso para que me detuvieras? – tenía las mejillas llenas de lágrimas y se acercaba lentamente -. Éramos una pareja con planes de matrimonio. ¿Eso no contaba para ti? ¿No te daba el derecho a pedirme una buena explicación?

- Puedo tener la culpa de todo lo que me acusas, pero no puedes culparme por tus actos. Sino querías nada conmigo te hubieras ido junto a tu familia, con Antonia, tu mejor amiga, o alquilado un departamento. Y quizás la distancia, el intentar comunicarnos otra vez nos hubiera dado otra oportunidad, pero decidiste salir de la casa para irte con ese imbécil. Yo no te obligué a flirtear con él.

- Los imbéciles son ustedes que creen que toda huida de una mujer es por que buscaba sexo. ¡Pendejos! Eso lo podemos hacer sin que ustedes se enteren. Yo buscaba libertad, buscaba amor, buscaba no sé… que todo volviera a ser como antes – sus ojos no se despegaban ni un momento de mi rostro. Estaba decidida a continuar la conversación.

- Si dices que dejé de ser atento, detallista y egoísta. De qué te sirvió entonces cruzar esa puerta con tus cosas. ¿dónde se quedó esa Raquel decidida a iniciar una nueva vida, alejada del pendejo de Fabricio? Te hacia en Miami o New York caminando de la mano con Alexander, respirando otros aires. No más veranos insoportables en Dallas. Te fuiste y acepté tu partida como acepté tu regreso. ¿qué más buscas?

- Saber por qué me dejaste ir así de fácil.

- ¿Qué hubiera cambiado? Yo seguía en lo mío y tú hubieras seguido almorzando con Alexander. No hay nada más que hacer o decir. Adiós boda, adiós luna de miel, adiós relación.

- ¡Eres un hijo de puta! – gritó tirándome el anillo que una vez se lo di. Lo mas curioso era que ya no sentía temor de lo que pudiera pasar en los siguientes días. El enfrentarme con ella me demostró que quizás tenia razón, que la había dejado de amar mucho antes y yo sin querer no me había dado cuenta. Que el único culpable de todo este lío era yo y sólo yo. Que nunca debí brindar o pedir que me devolvieran a mi chica. Ella había estado bien fuera de aquí y ya no la quería de regreso.

- ¿Sabes cual es la diferencia entre tú y yo al cruzar esa puerta como tú lo hiciste aquella vez? – Raquel arqueó las cejas extrañada por la pregunta y ansiosa por la respuesta cruzó las brazos bajo sus pechos -. Es que yo no hubiera regresado – fue lo último que le dije mirándole a los ojos antes de abrir la puerta mientras me la mentaba a diestra y siniestra.

Pero ya afuera me sentí una basura, no tenia por qué huir. Raquel había expresado su punto de vista y yo el mío. Ambos descargamos nuestra rabia y era momento de sentarnos a conversar como seres humanos y tratar de solucionar nuestros problemas. ¿Una posible reconciliación a la vista?...


domingo, 6 de diciembre de 2009

Raquel escribe

¿Qué falló en la relación? Fui encontrando las respuestas después de la partida de Raquel. ¿Por qué fui tan estúpido al no darme cuenta de los mensajes que me iba dejando? Y yo –típico hombre– no tomaba interés a sus comportamientos, a sus desganas a la hora de hacer el amor, a pasar por alto sus desplantes para comer juntos, la disminución de sus mensajes: ‘espérame desnudo, tengo ganas de estar contigo, gordito recuerda que te amo’ y su poco interés por salir juntos a alguna fiesta que nuestros amigos nos invitaban.

Señales que nosotros los hombres cuando empezamos la relación somos los primeros en detectarlos, y somos detallistas en todo: la abrazas en la calle –o le tomas de la mano– levantas tu plato de la mesa, lavas los trastes, te levantas todos los fines de semana a limpiar el departamento para que le demuestres que contigo no se equivocó, que eres el hombre perfecto para ella, pero cuando la tienes segura, te olvidas de ser minucioso.

No te das cuenta que desapareció toda la tarde para cortarse el cabello –o pintárselo– para ti y luego ni siquiera lo notas y si te das cuenta no le comentas lo bien que le queda. Olvidas la fecha de aniversario y demás cosas que no necesito seguir redactando para saber que la regué.

Lo acepto cometí parte o en su mayoría estos errores. Olvidé que el amor no es sólo sembrarlo y dejar que la naturaleza se encargara de su crecimiento.

Hombres y mujeres acostumbramos a echar la culpa al trabajo, al estrés y toda una gama de etcéteras y que sólo reaccionamos cuando esa persona ya esta lejos sin el boleto de regreso.

Ahora no culpo a Raquel, tampoco me culpo, tengo suficientes problemas como para cargar con el más pesado –el saber que se fue por mis errores– nada de ello.

Raquel se fue y punto, ya superé su partida y han pasado cinco meses que no sé nada de ella.

Para no tener que soportar los ojos de compasión de conocidos opté por hacer nuevas amistades y Orlando tiene mucho que ver en esta nueva vida. Sus trabajos independientes como diseñados grafico me llevó a conocer a un grupo que se hace llamar “Letra y Música” donde conocí a poetas, pintores, actores, escritores y cantantes, quienes se reúnen el último sábado de cada mes en un restaurante donde una vez llegué acompañando a Orlando. De inmediato empezamos por las presentaciones, con hombres y tomándonos más de tiempo en las mujeres que por cierto no estaban nada mal. Mi celular se llenó de nuevos números telefónicos y mi departamento terminó siendo el punto de reunión de algunos amigos(as) para los otros fines de semana.

Que un cumpleaños por aquí, que es la quema de otro por allá. ¿Que qué celebramos? Después de la tercera chela lo sabremos, decía Orlando con tal de verme fuera del departamento.

Era el nuevo del grupo y por ahí había una que otra chava que me movía el tapete, pero midiendo carnal, repetía en mi mente.

Pero ahí estaba yo conversando con Ana Maria, la amiga del guitarrista, con Luciana, la cantante de un grupo de rock que hablaba toda fresa, recordando una y otra vez que su novio no la apoyaba, que prefería quedarse en casa y bla, bla, bla. Y no estuvo tranquila hasta que su propia amiga le dijo, si tanto jodes llámalo y mándale a chingar y tirate a alguno de estos cabrones, y si no harás nada entonces cierra el pico y sigue tomando.

‘Después de 1,460 días de vivir contigo me cansé de esperar que el travieso de Fabricio de quien me enamoré volviera y todo fuera como antes. Que me tomaras en cuenta y evitaras al menos por un día llegar sin ese maletín de cuentas y la laptop para finalizar el trabajo en el escritorio de la sala.

Cansada de estar siempre ahí para ti, que pensaras que porque vivíamos juntos era suficiente para estar feliz a tu lado. Olvidaste nuestro aniversario hace una semana y Alexander me hace reír a mares, es buena honda y disfruto almorzar con él porque me recuerda a ese Fabricio que me robó el corazón hace cuatro años y un jueves a primera no me importó las consecuencias que podía pasar al decirte que me iba del departamento.

No fue fácil tomar la decisión, pero no había otra salida. Me cansé de vivir con un fantasma, de darme cuenta que la relación no era solo sexo, que el bote para llegar a la orilla necesitaba de dos personas remando en la misma dirección y no cada uno por su lado. Necesitaba sentirse viva y no estar siempre con el salvavidas para ayudar a un imbécil, que se había olvidado que su novia también lo necesitaba.

Poco me importa lo que piensen nuestros amigos, lo único que quiero es recuperar mi libertad y Alexander es mi boleto, mi empujoncito para salir del departamento que era como mío, porque fui yo quién eligió los colores –el Amarillo en la sala para generar mayor luminosidad y el naranja para la cocina. Nuestras fotos enmarcadas junto al de tus padres y los míos, los muebles fueron mi elección. Te amaba Fabricio no sabes cuánto, pero seguir a tu lado me estaba matando’.

Te deseo lo mejor para ti.

Cuídate mucho.

Raquel.

Encontré esta carta por casualidad cuando revisaba el dato en un libro de García Márquez. ¿Qué puedo decir? ¿Cuál es mi defensa? No la tengo, simplemente fortalece lo escrito por mí líneas atrás.

Hallar la carta me desconcertó, anduve pensativo por varios días y de ello se dio cuenta Amanda, una amiga declamadora que conocí en Letra y Música. Ella llegó una noche traída por el amigo de un amigo y se robó el show con dos poemas de amor. El sentimiento, su manera de desplazarse en el escenario, su manejo vocal, y sus gestos actorales nos asombraron. Todos quería felicitarla en persona, ofrecerles su amistad mientras yo me mantenía alejado –sentado en la barra– con una cerveza en la mano.

Cuando la reunión finalizó y estaba por subir a mi auto apareció ella. “ ¿Eres gay? Me preguntó. Todos tus amigos se acercaron a felicitarme y tú fuiste el único ‘ojete’ que no lo hizo. El viento nocturno meneaba sus cabellos chinos dificultándome ver su rostro. Tú mejor que nadie sabes que lo hiciste bien, le dije con una media sonrisa. No necesitabas otro barbero.

Eres un mamón. Y algo me dice que actúas así porque una vieja te apuñaló sin piedad en el corazón. Encontró respuesta en mi silencio. ¿Me puedes llevar a mi casa? Así me cuentas cómo sucedieron las cosas, me dijo sin darme alternativa para decirle que no.

A partir de la tercera semana a veces se quedaba a dormir conmigo con esa manía suya de dejar siempre algunas prendas en el cuarto que terminaba lavándolas.

Pero las palabras de la carta que guardaba siempre en mi billetera aparecían en mi mente. Y así como Raquel tuvo los huevos para irse los tuvo para regresar al departamento una mañana sin saber yo qué hacer o decir.

domingo, 29 de noviembre de 2009

DEVUELVEME A MI CHICA

Raquel se fue sin decir adiós, cuatro años de relación – un departamento, fecha de matrimonio confirmado y sueños por cumplir – no fueran suficientes para que una mañana se levantara de esa cama que la compartimos por 1,460 días y me soltara la noticia sin remordimiento. ¡Me voy! ¡Y no me pongas esa cara de mamón! ¡Así como lo escuchas, me voy! Tenía todo listo, buscó una maleta ligera debajo de la cama, no se lavó la cara o cepilló los dientes, simplemente se fue sin cerrar la puerta del cuarto y sin esquivar las cosas que encontró a su paso por la sala.

¿Qué diablos hice para que tomara esa decisión? Sigo intentando encontrar respuesta a esa pregunta, pero lo cierto es que ella no regresará. Se fue para nunca más volver. ¿a dónde, y con quién? No fue difícil enterarme el lugar y quien iba con ella. Raquel me dejó para irse con ese amigo que alguna vez me presentó como un excelente hombre de negocios y con quien lidiaba en su centro de trabajo.

¿Qué es lo que más duele? Quizás todo, desde su partida, su ausencia en la cama, su silueta en ropas menores mientras se preparaba un café, y ese aroma que a pesar de los días se mantiene presente como si ella aun siguiera en el sofá sonriendo por alguna escena cómica de las películas comedia-románticas que veíamos por las noches.

Duele tener que levantarse sin ese beso de buenos días, sin ese abrazo de buena suerte en el trabajo. De tener que preparar la comida no para dos, al igual que reducir el agua para el café. Raquel no está ni estará más en el departamento y yo sigo con una depresión del carajo, pensando, creyendo que ella volverá sin importar las veces que ese cabrón la poseyó. ¿Dónde ajos esta mi machismo, dónde diablos se fue mi orgullo, dónde erda se fue mi autoestima? Los busco y no los encuentro.

Los amigos cercanos llegan a levantarme los ánimos, pero el que justamente no se quiere levantar soy yo. ‘Órale carnal vamos a echarnos unas cheves, olvida esa mierda’. Pero nada ni nadie me saca del departamento, último santuario del recuerdo de aquella mujer que alguna vez le pedí matrimonio cuando escuchábamos en vivo “Moscas en la casa” de Shakira en zona vip. Me abrazó, lloró a mares, mostró el anillo a cuanto amigo y amiga se nos cruzaron. Pero eso ahora ya no importa ahora.

Ella se fue, un mamón se la llevó y yo sigo esperando que me la devuelva. Sigo llorando su partida como María Magdalena y lo peor de todo es que no soy capaz de deshacerme de sus cosas, sus cuadros, su ropa, sus fotos. Ellas siguen allí haciéndome compañía, destruyéndome poco a poco y yo sin saber si podré tener el valor de mandar todo al diablo y empezar una nueva vida. Salir de ese departamento, refugiarme en la habitación de algún amigo.

Orlando –mi mejor amigo– llega puntual, tengo lo necesario en un mochila. Me empuja a su auto, no quiere que a última hora me desanime y vuelva a meterme en esa cámara de gas que estaba destrozando mi cuerpo por dentro.

A los tres días estaba de regreso, no podía dormir en cama ajena y necesitaba sentir su espacio del lado de la cama. A intentar igualar ese sabor del café tal como lo preparaba Raquel, a ocupar su lugar en el sofá disfrutando la película The Proposal, tratando de reír en eco, pero nada funcionaba. La sala se sentía vacía, ni el televisor pantalla plana con el teatro en casa, me sumergían en la trama.

Bajé veintitrés libras en menos de tres semanas y el peso sigue su descenso.

¿Cuánto duele perder a ese ser amado? ¿Y cuánto una persona está dispuesta a soportar semejante dolor volviéndose masoquista al pensar que ella volverá?

El proceso de superación toma su tiempo, te vas acostumbrando a esa amiga inseparable –la soledad–, empiezas por cambiar los muebles de la sala, la posición de los cuadros, quitas todas las fotos donde estabas con esa persona –abrazados, besándote, de la mano– y todas esas cursilerías que haces porque estabas enamorado.

La mesa deja de ser pequeña, se convierte en la mesa redonda del rey Arturo. Se te hace más fácil botar la basura, y el desorden dentro de tu departamento se vuelve el jefe vitalicio. Pero de repente te levantas una mañana –con el sol entrando por la ventana– es un día maravilloso, hasta sientes esa ridiculez entrar por tus poros y dices: ¡Que se vaya a chingar a su p… madre! ¡A la mierda todo! Sigues vivo, no te hundió como pensaba. Hoy empieza una nueva vida para ti.

Los libros de autoayuda que te devoraste, las horas que intentabas estar ocupado –para no pensar en esa persona– los consejos de los amigos y amigas surtieron efecto y por fin esa imagen que te martillaba el corazón respaldada por un ejercito de recuerdos ahora es apenas mínimo.

Tomo el desayuno en el restaurante que está cerca de los apartamentos. Conozco a algunos meseros que según veo me miran sorprendidos por estar solo, y como en este mundo es pequeño el otro le codea como diciéndole “no actúes como sino lo supieras, sabemos que al wey lo abandonó su vieja, ayudémosle a superar su decepción –así somos los hombres ayudándonos si estamos jodidos o cubriéndonos las espaldas cuando andas con la otra.

Un café, tres tostadas con queso ligh, otras dos tostadas para acabar los huevos estrellados. El local está lleno, ocupado en su mayoría por americanos, saludo a algunos que también conocían a Raquel y al verme sin ella después de tiempo, el resto de la historia ya lo saben, pero estoy decidido a enfrentar al mundo e iniciar una vida de soltero.

Llego al departamento, y me doy cuenta que es sábado, lo despistado nunca se me quitará. Tres llamadas perdidas en el celular me anuncian la insistencia de Orlando. Ya viene en camino.

A Orlando lo conocí en una reunión por casualidad por la amiga de la amiga de Raquel y sin querer congeniamos desde esa noche. Trabaja en una empresa de diseño gráfico y siempre anda metido en el photoshop, flash y demás programas de su carrera. Es menor que yo, pero siempre fiel a la causa, de apoyar a ese amigo caído.

- !Hey wey creo que me equivoqué de departamento! – suelta el comentario cuando encuentra el apartamento limpio y con unas cajas y maletas en un rincón de la cocina -. ¡No mames lo hiciste cabrón! – es el más emocionado. Me abraza efusivamente -. Y yo que estaba preocupado cuando no contestaste el teléfono, pensé que te habías suicidado – sonríe feliz, y esa emoción lo veo en sus ojos. La primera vez que me doy cuenta y observo en ellos la sinceridad de un amigo, de aquellos que existen pocos y que encontrarlos en este país es muy difícil.

- ¡Wey esto merece celebrarlo!

Acepto la oferta y esa noche iniciamos el tour en la West village y la finalizamos en un antro llamado ‘Pandoras’ contemplando las viejas encueradas, mientras que en mi mente se esfumaba esas ganas de pedir que me devuelvan a esa chica que me la robaron meses atrás.